Nos cuenta que cuando los días estaban despejados se podía observar toda la comarca de volcanes que rodean el Antisana, en las cercanías están el Sincholagua, el Cotopaxi, justo detrás de ellos están presentes también el Rumiñahui y los Ilinizas. Nos comenta que si observas hacia al Sur puedes ver el Quilindaña, al Tungurahua, al Altar, al Cerro Hermoso y con suerte, algunos días se podía observar al Chimborazo levantarse entre el horizonte. Es un espectáculo que sin duda le permitió ver la grandeza de la Cordillera que tanto ama, sus valles, sus montes y quebradas. Desde ese punto no se veían ni casas, ni edificios, ni presencia humana. Era un privilegio poder estar ahí y contemplar este espectáculo, que se vestía aún más de gala cuando el sol empezaba a caer por la tarde y el cielo empezaba a teñirse de naranja para posteriormente pasar a colores turquesas y finalmente la luz del sol se iba. Y ahí mismo las estrellas hacían su aparición en el cielo. Millones de estrellas y galaxias engalanaban el cielo y una franja de ellas que es peculiarmente brillante cruzaba el cielo.